jueves, 16 de julio de 2020

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Cuarto día. No ha dejado de llover. La oscuridad ha inundado todo; el sonido de la lluvia se ha filtrado en la mente, en el sueño; es un taladro que ha roto el concreto de la cotidianeidad. Me molesta. #OdioLaLluvia.

            El hambre desgarra mi estómago, sus uñas hieren mi estado de ánimo que rezuma mal humor. Parece de noche. Ojalá pudiera dormir, abandonarme a la inconsciencia que cura: que no es adictiva sino necesaria. #TengoHambre, #MueroDeSueño.

            Octavo día. El jardín es un mar de lodo, una masacre verde. La calle, un río; y el rumor de éste, un aullido que eriza mi piel. Ayer vi un reportaje sobre #ElSahara. Ya no hay luz ni teléfono. Sólo la lluvia aplastante y sonora y el televisor con su cara negra. #NoMames.

Soñé una mesa llena de comida. Platillos simples: pollo asado o tal vez pato. Comida olorosa, masticable, domadora de estómagos y de ansias y de sed. Propiciadora del sueño. Era el día treceavo.

En el vigésimo,  mi brazo izquierdo duele. Sangra. Al principio, fue difícil morderlo: era un pez resbaladizo y sanguinolento.

            Día veintiocho. No ha escampado. El azote del temporal continúa. La casa cruje. Mis manos y brazos y el jardín están en los huesos. Regresa la luz. El televisor pone cara de noticiero. El plan DN3 lanza una bocanada de auxilio desde las aspas de un helicóptero. En tuiter nada la foto de mi cuerpo mutilado: #AutoAntropofagia, #SeComióASíMismo, #ElCaníbal: un huracán cibernético.